Hoy os presentamos el último artículo de nuestra compañera Deva Camino Monteserín Fernández para ACCU, que divideremos en dos por su densidad. ¡Esperamos que os resulte tan interesante como a nosotros!
Bienvenidos
a esta nueva edición de ACCU que espero que entre todos hayamos logrado hacer
interesante y útil. Una vez más quisiera agradecer a ésta, vuestra asociación,
que me haya invitado a escribir en esta revista con la que tantos colaboráis.
Como
os prometí en la última ocasión, en este número vamos a tratar el tema de la
alimentación y las emociones, y para ello creo que debemos comenzar
preguntándonos que son realmente las emociones. De manera intuitiva todos lo
deducimos, todos las disfrutamos a diario, y a veces las padecemos. Son un
sentimiento, una sensación y una respuesta a lo que nos rodea, a cómo nosotros
de manera personal lo percibimos e interpretamos. Si bien existen diferentes
definiciones, de forma más precisa podemos decir que se trata de una respuesta psíquica con reacciones
fisiológicas asociadas que facilitan la comunicación y la adaptación al entorno.
Esto implica variaciones de nuestro estado de ánimo que reflejamos de
manera innata, independientemente de nuestra cultura: la risa, el llanto, el
temblor, el sonrojo… son expresiones ligadas ineluctablemente a una emoción.
Un punto importante a conocer se trata de su
origen. Muchos expertos creen que las emociones surgen con los mamíferos, al
desarrollar la parte del encéfalo denominada sistema límbico, que regiría las
emociones, sin embargo ya en organismos más primitivos podemos encontrar
reacciones instintivas que se pueden considerar el embrión de algunas emociones
básicas: La defensa y la huida como respuesta al miedo, el ataque como reacción
ligada a la ira y la exploración como resultado del llamado “deseo nutricio”.
Durante la evolución estas reacciones instintivas fueron desarrollándose y
adquiriendo una mayor complejidad, y si bien la clasificación de las emociones
es aún hoy controvertida, sí existe un consenso respecto a las 4 emociones
primarias básicas y que podemos encontrar ya en los mamíferos:
- La ira
- La tristeza
- El miedo
- La alegría
De
éstas derivarían las demás emociones según
su intensidad, duración y mediante fusiones entre ellas:
Clasificaciones al margen, hoy sabemos que las emociones son determinantes para nuestro
bienestar. De hecho influyen de forma decisiva sobre nuestra salud, exacerbando o atenuando muchas enfermedades, e incluso, dando lugar a nuevas patologías. Durante muchos años la ciencia médica minusvaloró sus posibilidades y aún en la actualidad, posiblemente por desconocimiento, no se les concede la importancia que se merecen como parte integral del tratamiento médico en algunas dolencias.
- La ira estaría relacionada con el enfado, la irritabilidad, la indignación, el odio, el resentimiento…
- La tristeza dio lugar a la melancolía, la sensación de soledad, la depresión, la nostalgia,…
- El miedo derivaría en emociones como la desconfianza, nerviosismo, inseguridad, la sospecha, el pánico, las fobias, la autocompasión o los celos.
- La alegría se diversificaría en felicidad, satisfacción, orgullo, alivio, placer, diversión o amor , entre otras.
Clasificaciones al margen, hoy sabemos que las emociones son determinantes para nuestro
bienestar. De hecho influyen de forma decisiva sobre nuestra salud, exacerbando o atenuando muchas enfermedades, e incluso, dando lugar a nuevas patologías. Durante muchos años la ciencia médica minusvaloró sus posibilidades y aún en la actualidad, posiblemente por desconocimiento, no se les concede la importancia que se merecen como parte integral del tratamiento médico en algunas dolencias.
Si nos centramos en la alimentación,
muchos pensaréis que poco puede hacer una alimentación equilibrada frente a
emociones tan intensas como la tristeza ocasionada por un duelo o la ira que se
desata ante una grave injusticia que nos concierne. Sin embargo la ciencia ha
demostrado que existen nutrientes que, tomados con constancia, disminuyen la
posibilidad de depresión, de ansiedad o la agresividad. Esto no evitará la
tristeza propia que acompaña a una muerte o el enfado que con lógica surge ante
la injusticia, pero sí pueden hacer que nuestras emociones resulten más
equilibradas, nos ayudarán a modularlas
y facilitarán que recuperemos antes el sosiego.
Algunos os preguntaréis cómo puede
suceder algo así, simplemente con nuestra alimentación. Pues bien me gustaría
recordaros que el gestor de nuestras emociones es el cerebro, un órgano
complejísimo pero que como todos los demás se forma de la materia prima que
obtenemos de los alimentos. Sus funciones derivan de multitud de reacciones
fisiológicas que también se sirven de las moléculas obtenidas, y transformadas,
a partir de nuestros nutrientes.
Partiendo de esta base vamos a
detallar los nutrientes que, se sabe, influyen en nuestro cerebro y nuestras
emociones, dejando de lado algunos de los que ya hemos tratado en el artículo
anterior (La alimentación y el estrés).
Por
su trascendencia, comenzaremos hablando de los ácidos grasos omega 3, presentes
principalmente en los aceites de pescado. Dentro de ellos distinguimos dos
subtipos fundamentales, el EPA (Ácido eicosapentaenoico), que reduce la
inflamación en los tejidos, y el DHA (Ácido docosahexaenoico), que es parte
estructural del cerebro y la retina, y que influye en el
metabolismo de otras sustancias, como algunos neurotransmisores. Los
neurotransmisores son las moléculas de las que “se sirve” el sistema nervioso
para llevar a cabo sus funciones. Es sencillo suponer que si el DHA es parte estructural
de nuestro cerebro (Sus ladrillos) sea importantísimo para su buen
funcionamiento, al igual que una casa no se mantendrá en pie sin una buena
estructura.
El papel del EPA en el sistema
nervioso es más difícil de dilucidar. Quizá se relacione con que la inflamación
dificulta el normal metabolismo de las células a las que afecta, y por tanto a sus
funciones. En este caso se trataría, principalmente, de las neuronas, pero
también de otras células como los astrocitos, que colaboran en el mantenimiento
de las neuronas. En cualquier caso ambos ácidos grasos tienen un papel
destacado, ya que ambos han demostrado disminuir la sintomatología depresiva y
la agresividad, además de enlentecer el desarrollo de demencias. Por otro lado
se ha visto que el DHAmejora el rendimiento intelectual, incluso en niños con
trastornos de aprendizaje o déficit de atención.
Los omega 3, especialmente el DHA,
son nutrientes esenciales para nuestro sistema nervioso, y actualmente la gran
mayoría de ciudadanos occidentales hacemos una ingesta deficitaria. Es por ello
que cuando los reincorporamos, bien sea con la alimentación, o en los casos que
se precise, mediante suplementación,
nuestro cerebro nos lo agradece en pocas semanas.
Como indicamos, los omega 3 se
encuentran en los aceites de pescado. Un inconveniente es que parte se degradan
al cocinarlos; sin embargo la OMS (Organización mundial de la salud) considera
que 4 raciones de pescado semanales, cocinados a temperaturas medias, aportarían
una cantidad suficiente para una persona sana. El salmón es uno de los pescados
con más omega 3 y no debería faltar en nuestra alimentación semanal. Las algas,
tan poco consumidas en occidente, poseen también cantidades destacadas. Otros
alimentos más cercanos a nuestra cultura y que poseen omega 3 son las nueces y
algunos aceites vegetales, especialmente el de lino, aunque en este caso lo que
nos aportan son mayoritariamente precursores del EPA. Aprovecho aquí para
contaros que algunos estudios indican que el consumo diario de omega 3 (En
dosis elevadas, como suplemento) aumenta el tiempo entre las recidivas de los
paciente de EII y reduce algunos de sus síntomas. En este caso el EPA sería el
principal responsable, por su actividad antiinflamatoria.
2. El salmón es un pescado con alto contenido en omega 3, aunque se cocine, lo que degradará una parte, conserva aún una cantidad importante. |
Debemos tener en cuenta además que
algunos ácidos grasos sintéticos, las llamadas grasas trans e hidrogenadas,
pueden suplantar a los ácidos grasos omega 3, ocupando su espacio pero sin
tener sus mismas características. Esto dificulta enormemente la bioquímica
cerebral. Os animo por tanto a rechazar estas grasas, presentes en muchas
galletas, bollería, y productos precocinados, y a incorporar los omega 3 en vuestra
alimentación, pues si no es imposible que nuestro cerebro esté correctamente nutrido
ni funcione de manera óptima.
La información contenida en este artículo no pretende en ningún caso reemplazar el consejo o tratamiento médico. Si tiene alguna duda, consulte con su terapeuta, médico u otro profesional de la salud.
La información contenida en este artículo no pretende en ningún caso reemplazar el consejo o tratamiento médico. Si tiene alguna duda, consulte con su terapeuta, médico u otro profesional de la salud.