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jueves, 26 de junio de 2014

LA ALIMENTACIÓN Y LAS EMOCIONES

Hoy os presentamos el último artículo de nuestra compañera Deva Camino Monteserín Fernández para ACCU, que divideremos en dos por su densidad. ¡Esperamos que os resulte tan interesante como a nosotros!


   Bienvenidos a esta nueva edición de ACCU que espero que entre todos hayamos logrado hacer interesante y útil. Una vez más quisiera agradecer a ésta, vuestra asociación, que me haya invitado a escribir en esta revista con la que tantos colaboráis.

    Como os prometí en la última ocasión, en este número vamos a tratar el tema de la alimentación y las emociones, y para ello creo que debemos comenzar preguntándonos que son realmente las emociones. De manera intuitiva todos lo deducimos, todos las disfrutamos a diario, y a veces las padecemos. Son un sentimiento, una sensación y una respuesta a lo que nos rodea, a cómo nosotros de manera personal lo percibimos e interpretamos. Si bien existen diferentes definiciones, de forma más precisa podemos decir que se trata de una respuesta psíquica con reacciones fisiológicas asociadas que facilitan la comunicación y la adaptación al entorno. Esto implica variaciones de nuestro estado de ánimo que reflejamos de manera innata, independientemente de nuestra cultura: la risa, el llanto, el temblor, el sonrojo… son expresiones ligadas ineluctablemente a una emoción.

   Un punto importante a conocer se trata de su origen. Muchos expertos creen que las emociones surgen con los mamíferos, al desarrollar la parte del encéfalo denominada sistema límbico, que regiría las emociones, sin embargo ya en organismos más primitivos podemos encontrar reacciones instintivas que se pueden considerar el embrión de algunas emociones básicas: La defensa y la huida como respuesta al miedo, el ataque como reacción ligada a la ira y la exploración como resultado del llamado “deseo nutricio”. Durante la evolución estas reacciones instintivas fueron desarrollándose y adquiriendo una mayor complejidad, y si bien la clasificación de las emociones es aún hoy controvertida, sí existe un consenso respecto a las 4 emociones primarias básicas y que podemos encontrar ya en los mamíferos:

  • La ira
  • La tristeza
  • El miedo
  • La alegría

1.       Las cuatro emociones básicas primarias se encuentran ya en los mamíferos.


     De éstas derivarían  las demás emociones según su intensidad, duración y mediante fusiones entre ellas:

  •  La ira estaría relacionada con el enfado, la irritabilidad, la indignación, el odio, el resentimiento…
  • La tristeza dio lugar a la melancolía, la sensación de soledad, la depresión, la nostalgia,…
  • El miedo derivaría en emociones como la desconfianza, nerviosismo, inseguridad, la sospecha, el pánico, las fobias, la autocompasión o los celos.
  • La alegría se diversificaría en felicidad, satisfacción, orgullo, alivio, placer, diversión o amor , entre otras.

      Clasificaciones al margen, hoy sabemos que las emociones son determinantes para nuestro
bienestar. De hecho  influyen de forma decisiva sobre nuestra salud, exacerbando o atenuando muchas enfermedades, e incluso, dando lugar a nuevas patologías. Durante muchos años la ciencia médica minusvaloró sus posibilidades y aún en la actualidad, posiblemente por desconocimiento, no se les concede la importancia que se merecen como parte integral del tratamiento médico en algunas dolencias.

    Si nos centramos en la alimentación, muchos pensaréis que poco puede hacer una alimentación equilibrada frente a emociones tan intensas como la tristeza ocasionada por un duelo o la ira que se desata ante una grave injusticia que nos concierne. Sin embargo la ciencia ha demostrado que existen nutrientes que, tomados con constancia, disminuyen la posibilidad de depresión, de ansiedad o la agresividad. Esto no evitará la tristeza propia que acompaña a una muerte o el enfado que con lógica surge ante la injusticia, pero sí pueden hacer que nuestras emociones resulten más equilibradas,  nos ayudarán a modularlas y facilitarán que recuperemos antes el sosiego.

    Algunos os preguntaréis cómo puede suceder algo así, simplemente con nuestra alimentación. Pues bien me gustaría recordaros que el gestor de nuestras emociones es el cerebro, un órgano complejísimo pero que como todos los demás se forma de la materia prima que obtenemos de los alimentos. Sus funciones derivan de multitud de reacciones fisiológicas que también se sirven de las moléculas obtenidas, y transformadas, a partir de nuestros nutrientes.

    Partiendo de esta base vamos a detallar los nutrientes que, se sabe, influyen en nuestro cerebro y nuestras emociones, dejando de lado algunos de los que ya hemos tratado en el artículo anterior (La alimentación y el estrés).

   Por su trascendencia, comenzaremos hablando de los ácidos grasos omega 3, presentes principalmente en los aceites de pescado. Dentro de ellos distinguimos dos subtipos fundamentales, el EPA (Ácido eicosapentaenoico), que reduce la inflamación en los tejidos, y el DHA (Ácido docosahexaenoico), que es parte estructural del cerebro y la retina, y que influye en el metabolismo de otras sustancias, como algunos neurotransmisores. Los neurotransmisores son las moléculas de las que “se sirve” el sistema nervioso para llevar a cabo sus funciones. Es sencillo suponer que si el DHA es parte estructural de nuestro cerebro (Sus ladrillos) sea importantísimo para su buen funcionamiento, al igual que una casa no se mantendrá en pie sin una buena estructura.

      El papel del EPA en el sistema nervioso es más difícil de dilucidar. Quizá se relacione con que la inflamación dificulta el normal metabolismo de las células a las que afecta, y por tanto a sus funciones. En este caso se trataría, principalmente, de las neuronas, pero también de otras células como los astrocitos, que colaboran en el mantenimiento de las neuronas. En cualquier caso ambos ácidos grasos tienen un papel destacado, ya que ambos han demostrado disminuir la sintomatología depresiva y la agresividad, además de enlentecer el desarrollo de demencias. Por otro lado se ha visto que el DHAmejora el rendimiento intelectual, incluso en niños con trastornos de aprendizaje o déficit de atención.

     Los omega 3, especialmente el DHA, son nutrientes esenciales para nuestro sistema nervioso, y actualmente la gran mayoría de ciudadanos occidentales hacemos una ingesta deficitaria. Es por ello que cuando los reincorporamos, bien sea con la alimentación, o en los casos que se precise, mediante suplementación, nuestro cerebro nos lo agradece en pocas semanas.

    Como indicamos, los omega 3 se encuentran en los aceites de pescado. Un inconveniente es que parte se degradan al cocinarlos; sin embargo la OMS (Organización mundial de la salud) considera que 4 raciones de pescado semanales, cocinados a temperaturas medias, aportarían una cantidad suficiente para una persona sana. El salmón es uno de los pescados con más omega 3 y no debería faltar en nuestra alimentación semanal. Las algas, tan poco consumidas en occidente, poseen también cantidades destacadas. Otros alimentos más cercanos a nuestra cultura y que poseen omega 3 son las nueces y algunos aceites vegetales, especialmente el de lino, aunque en este caso lo que nos aportan son mayoritariamente precursores del EPA. Aprovecho aquí para contaros que algunos estudios indican que el consumo diario de omega 3 (En dosis elevadas, como suplemento) aumenta el tiempo entre las recidivas de los paciente de EII y reduce algunos de sus síntomas. En este caso el EPA sería el principal responsable, por su actividad antiinflamatoria.
2.       El salmón es un pescado con alto contenido en omega 3, aunque se cocine, lo que degradará una parte, conserva aún una cantidad importante.

         Debemos tener en cuenta además que algunos ácidos grasos sintéticos, las llamadas grasas trans e hidrogenadas, pueden suplantar a los ácidos grasos omega 3, ocupando su espacio pero sin tener sus mismas características. Esto dificulta enormemente la bioquímica cerebral. Os animo por tanto a rechazar estas grasas, presentes en muchas galletas, bollería, y productos precocinados, y a incorporar los omega 3 en vuestra alimentación, pues si no es imposible que nuestro cerebro esté correctamente nutrido ni funcione de manera óptima.

La información contenida en este artículo no pretende en ningún caso reemplazar el consejo o tratamiento médico. Si tiene alguna duda, consulte con su terapeuta, médico u otro profesional de la salud.

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