Solemos atribuir los trastornos de nuestra piel a una causa física, por lo que no dudamos en tratarlos mediante cremas o geles.
Sin embargo, muchas veces el culpable es, en realidad, nuestro propio estado de ánimo o nuestras emociones.
Insoportables picores que aparecen sin más, rojeces y erupciones que no sabemos a qué responden, granos que surgen cuando menos lo esperamos, inoportunes sudores... Ante estos problemas solemos buscar la solución en cremas y lociones, pensando que están provocados por sustancias nocivas o por el mal funcionamiento de alguno de nuestros órganos.
Sin embargo, son muchas las veces en que este tipo de productos poco pueden hacer por nosotros, puesto que esas reacciones cutáneas tienen un origen psicológico y son manifestaciones de nuestra ansiedad, miedos, estrés, tensiones... Ello implica que, hasta que no resolvamos esos trastornos o conflictos emocionales, no solucionaremos definitivamente el problema que aqueja a nuestra piel.
Una unión de toda la vida
Aunque muchas veces nos pase desapercibida, la relación entre emociones y piel es algo cotidiano y nos encontramos con múltiples muestras de ello a diario. Algunos ejemplos los tenemos en los nervios que sentimos ante un examen o una entrevista de trabajo que nos hacen sudar las manos, el piropo que puede hacer ruborizar a los más tímidos o las épocas de estrés intenso que pueden desembocar en la aparición de antiestéticos granos o en la caída de cabello.
A partir de estos hechos, se han realizado diversas investigaciones cuyos resultados han contribuido a demostrar la existencia de esta relación; una evidencia que se ha ido haciendo cada vez más fuerte, hasta que hace algunos años surgió la denominada psicodermatología, una rama de la dermatología que se ocupa de estudiar la interrelación entre los trastornos de la piel y los factores psicológicos y emocionales. El análisis de estos lazos invisibles puede contribuir, en gran medida, a solventar patologías que afectan seriamente la calidad de vida de millones de personas, como la dermatitis atópica, la alopecia areata o la psoriasis, entre otras muchas.
De hecho, se estima que casi la mitad de las consultas a un dermatólogo tienen un trastorno psicológico o psiquiátrico asociado, siendo el estrés uno de los más nocivos, puesto que es el responsable de entre un 30 y un 40% de las afecciones dermatológicas.
Aquellas personas que tienen dificultad para expresar sus emociones, eluden los problemas o mantienen una actitud pasiva en su relación con los otros son más susceptibles de que su malestar emocional acabe reflejándose en su piel.
Un caso extremo de esta relación lo constituiría un grupo de enfermedades psiquiátricas cuyas manifestaciones acaban repercutiendo en la piel, como son la tricotilomanía, un trastorno que se manifiesta con el arrancamiento compulsivo del pelo; la psoriasis ilusoria, en la que el paciente piensa que su cuerpo está infectado por parásitos y se rasca y araña continuamente la piel; o la dermatitis artefacta, que lleva a autolesionarse la piel.
Proceso fisiológico
Una de las cusas que explican la razón de esa estrecha relación en el hecho de que la piel, los nervios y el cerebro tienen el mismo origen ectodérmico, es decir, durante el desarrollo del feto salen de la misma capa de tejido embrionario, el ectodermo y, aunque durante la tercera semana de desarrollo del embrión se individualizan, esa unión queda impresa para siempre en la memoria biológica.
Por otra parte, esta relación es posible gracias a la existencia de un sistema de comunicación permanente entre la piel y el cerebro a través de los neurotransmisores, los cuales permiten el intercambio de información entre las terminaciones nerviosas y las células cutáneas.
Esto nos recuerda que el ser humano actúa como un todo complejo del que no se puede separar el cuerpo de la mente ni de las emociones. Así, un problema emocional o una situación de estrés provocan una serie de reacciones químicas y físicas a nivel interno (se nos acelera la respiración, nos sudan las manos, la cara se nos pone roja...), entre ellas, alteraciones hormonales y circulatorias y un desequilibrio del sistema inmunológico. Como consecuencia, dicho sistema deja de proteger la piel, ésta se debilita y es mucho más fácil que aparezcan eritemas, eccemas, dermatitis u otros problemas cutáneos.
Piel enferma
La relación entre enfermedad cutánea y emociones parece, por tanto, clara y lo cierto es que son varias las enfermedades que tienen su origen o cuyos síntomas pueden empeorar con un problema emocional o psicológico. Es el caso, por ejemplo, de determinadas reacciones alérgicas, prurito, urticaria o de la dermatitis atópica.
Todas estas afecciones acostumbran a estar asociadas a trastornos de ansiedad y anímicos, y sus episodios más virulentos suelen coincidir con momentos estresantes. Hay incluso casos en los que la aparición del problema dermatológico se debe a una causa orgánica, pero luego se mantiene a pesar de que la causa inicial haya desaparecido.
Lo que sucede en estas situaciones es que el síntoma dermatológico ha servido para expresar un conflicto emocional.
La estrecha relación entre piel y mente es aún si cabe más evidente en casos de acné, alopecia areata, psoriasis o dishidrosis.
Acné
El acné es una enfermedad muy frecuente, que en muchos casos puede empeorar como consecuencia de factores estresantes. Así suele ocurrir, por ejemplo, con el acné tardío, que afecta a mujeres de entre 35 y 45 años y que responde a situaciones de cansancio y estrés.
La tensión nerviosa favorece la liberación de adrenalina y el exceso de esta hormona en la sangre actúa sobre las glándulas sebáceas haciendo que produzcan una mayor cantidad de sebo.
Alopecia areata
Esta dolencia afecta a 2 de cada 100 personas y consiste en la caída de cabello sólo en una parte del cuero cabelludo o de la barba. En su aparición están involucrados factores inmunológicos, hereditarios y psicológicos. Una prueba del papel determinante que tienen estos últimos es, por ejemplo, el hecho de que durante la Segunda Guerra Mundial se observara un incremento del número de casos de alopecia areata durante las semanas previas a la invasión de Europa.
En esta enfermedad, su vinculación con el ámbito emocional se ve subrayada por el hecho de que entre el 60 y el 80% de los casos están asociados también a alguna enfermedad psiquiátrica, principalmente, depresión, ansiedad generalizada y fobia social.
Dishidrosis
Se trata de una afección cutánea poco común que afecta principalmente a mujeres de entre 20 y 50 años y que se caracteriza por la aparición de pequeñas ampollas en las palmas de las manos, plantas de los pies y puntas de los dedos. Hasta hace unas décadas los dermatólogos pensaban erróneamente que el problema era provocado por la retención de sudor.
Sin embargo, y pese a que la medicina no tiene una explicación concreta de cuál es el mecanismo exacto que desencadena la dishidrosis, ahora se sabe que su origen es emocional y que existe una estrecha relación con períodos de ansiedad o frustración.
Psoriasis
También en el caso de la psoriasis son varias las reacciones fisiológicas que evidencian la relación entre la piel y las emociones. Así, se ha comprobado que en situaciones de gran estrés emocional aumenta la liberación de la sustancia P, un neurotransmisor que interviene en los procesos inflamatorios, y que existe una mayor concentración de esta sustancia en las terminaciones nerviosas de aquellas zonas de la piel que presentan placas de psoriasis. Además, en momentos estresantes, las personas con psoriasis muestran una mayor alteración en la frecuencia cardíaca y la presión arterial, así como mayores niveles de adrenalina y noradrenalina que las personas que no padecen esa enfermedad.
De doble sentido
La relación que existe entre la piel y las emociones no es unidireccional, sino bien al contrario: la práctica totalidad de enfermedades dermatológicas que provocan una distorsión de la imagen corporal son susceptibles de producir algún tipo de trastorno psicológico o, en el peor de los casos, incluso una enfermedad psiquiátrica. La ansiedad y la depresión son dos de las consecuencias mentales más habituales.
Si tenemos en cuenta la cada vez mayor importancia que se da en nuestra sociedad al aspecto físico y el cuidado del cuerpo, así como el hecho de que la piel es la parte más extensa del mismo y la más visible, no es de extrañar que enfermedades como el acné, la psoriasis, la alopecia areata o la calvicie, que alteran la imagen corporal de la persona que la padece, provoquen en ésta sentimientos de imperfección, temor a ser rechazada por los demás, vergüenza... Lo que en conjunto acaba minando su seguridad y confianza, y dificultando las relaciones sociales y de pareja, así como las posibilidades laborales.
Todas estas circunstancias constituyen, a su vez, factores que con mucha frecuencia provocan estrés, lo que no hace más que empeorar el problema y contribuir a que éste continúe, iniciándose así un peligroso círculo vicioso.
Aunque nos hemos centrado en la parte negativa de la relación entre piel y cerebro, no podemos olvidar que también existe una vertiente positiva, que hace que nuestro bienestar emocional se plasme en una piel sana, sin problemas y con buen aspecto. No en vano, cuando nos encontramos a gusto con nosotros mismos, y estamos relajados y felices nuestra piel muestra el mejor de los aspectos.
Tratamiento múltiple
Para poder tratar de forma efectiva estas enfermedades dermatológicas, que tienen un importante componente psicológico y emocional, es necesario tener en cuenta varios frentes y plantarles cara de forma simultánea.
Así, junto a un tratamiento que alivie los síntomas y molestias fisiológicas, se ha de seguir también una terapia que ayude al paciente a recuperar su estabilidad mental, ya sea enseñándole a controlar mejor sus estados de ansiedad y nerviosismo, dándole pautas para enfrentarse a los contratiempos o, cuando la raíz del problema tiene que ver con la interacción con los demás, a comunicarse mejor con ellos y establecer una relación más sana e igualitaria.
El problema radica en el recelo que muestran muchos pacientes cuando el dermatólogo, en su intento de ayudarle a superar su trastorno cutáneo, intenta indagar en sus problemas personales o les sugiere someterse a algún tipo de terapia psicológica o, más aún, acudir a un psiquiatra.
Dado que, como hemos dicho, uno de los objetivos es reducir la ansiedad y el estrés, también es posible complementar el tratamiento farmacológico con otras terapias alternativas que faciliten la relajación como es la meditación, la hipnosis, los masajes, la fitoterapia, la acupuntura, el yoga...
Es importante, además, introducir ciertos cambios en nuestros hábitos como practicar ejercicio de forma regular, dormir las suficientes horas, llevar una dieta equilibrada y hacer un hueco en nuestras apretadas agendas para la diversión y el entretenimiento.
Información cedida por Santiveri
María Escalante
La información contenida en este artículo tiene una función meramente informativa. En todos los casos es preferible consultar con su terapeuta, médico, u otro profesional de la salud.
Insoportables picores que aparecen sin más, rojeces y erupciones que no sabemos a qué responden, granos que surgen cuando menos lo esperamos, inoportunes sudores... Ante estos problemas solemos buscar la solución en cremas y lociones, pensando que están provocados por sustancias nocivas o por el mal funcionamiento de alguno de nuestros órganos.
Sin embargo, son muchas las veces en que este tipo de productos poco pueden hacer por nosotros, puesto que esas reacciones cutáneas tienen un origen psicológico y son manifestaciones de nuestra ansiedad, miedos, estrés, tensiones... Ello implica que, hasta que no resolvamos esos trastornos o conflictos emocionales, no solucionaremos definitivamente el problema que aqueja a nuestra piel.
Una unión de toda la vida
Aunque muchas veces nos pase desapercibida, la relación entre emociones y piel es algo cotidiano y nos encontramos con múltiples muestras de ello a diario. Algunos ejemplos los tenemos en los nervios que sentimos ante un examen o una entrevista de trabajo que nos hacen sudar las manos, el piropo que puede hacer ruborizar a los más tímidos o las épocas de estrés intenso que pueden desembocar en la aparición de antiestéticos granos o en la caída de cabello.
A partir de estos hechos, se han realizado diversas investigaciones cuyos resultados han contribuido a demostrar la existencia de esta relación; una evidencia que se ha ido haciendo cada vez más fuerte, hasta que hace algunos años surgió la denominada psicodermatología, una rama de la dermatología que se ocupa de estudiar la interrelación entre los trastornos de la piel y los factores psicológicos y emocionales. El análisis de estos lazos invisibles puede contribuir, en gran medida, a solventar patologías que afectan seriamente la calidad de vida de millones de personas, como la dermatitis atópica, la alopecia areata o la psoriasis, entre otras muchas.
De hecho, se estima que casi la mitad de las consultas a un dermatólogo tienen un trastorno psicológico o psiquiátrico asociado, siendo el estrés uno de los más nocivos, puesto que es el responsable de entre un 30 y un 40% de las afecciones dermatológicas.
Aquellas personas que tienen dificultad para expresar sus emociones, eluden los problemas o mantienen una actitud pasiva en su relación con los otros son más susceptibles de que su malestar emocional acabe reflejándose en su piel.
Un caso extremo de esta relación lo constituiría un grupo de enfermedades psiquiátricas cuyas manifestaciones acaban repercutiendo en la piel, como son la tricotilomanía, un trastorno que se manifiesta con el arrancamiento compulsivo del pelo; la psoriasis ilusoria, en la que el paciente piensa que su cuerpo está infectado por parásitos y se rasca y araña continuamente la piel; o la dermatitis artefacta, que lleva a autolesionarse la piel.
Proceso fisiológico
Una de las cusas que explican la razón de esa estrecha relación en el hecho de que la piel, los nervios y el cerebro tienen el mismo origen ectodérmico, es decir, durante el desarrollo del feto salen de la misma capa de tejido embrionario, el ectodermo y, aunque durante la tercera semana de desarrollo del embrión se individualizan, esa unión queda impresa para siempre en la memoria biológica.
Por otra parte, esta relación es posible gracias a la existencia de un sistema de comunicación permanente entre la piel y el cerebro a través de los neurotransmisores, los cuales permiten el intercambio de información entre las terminaciones nerviosas y las células cutáneas.
Esto nos recuerda que el ser humano actúa como un todo complejo del que no se puede separar el cuerpo de la mente ni de las emociones. Así, un problema emocional o una situación de estrés provocan una serie de reacciones químicas y físicas a nivel interno (se nos acelera la respiración, nos sudan las manos, la cara se nos pone roja...), entre ellas, alteraciones hormonales y circulatorias y un desequilibrio del sistema inmunológico. Como consecuencia, dicho sistema deja de proteger la piel, ésta se debilita y es mucho más fácil que aparezcan eritemas, eccemas, dermatitis u otros problemas cutáneos.
Piel enferma
La relación entre enfermedad cutánea y emociones parece, por tanto, clara y lo cierto es que son varias las enfermedades que tienen su origen o cuyos síntomas pueden empeorar con un problema emocional o psicológico. Es el caso, por ejemplo, de determinadas reacciones alérgicas, prurito, urticaria o de la dermatitis atópica.
Todas estas afecciones acostumbran a estar asociadas a trastornos de ansiedad y anímicos, y sus episodios más virulentos suelen coincidir con momentos estresantes. Hay incluso casos en los que la aparición del problema dermatológico se debe a una causa orgánica, pero luego se mantiene a pesar de que la causa inicial haya desaparecido.
Lo que sucede en estas situaciones es que el síntoma dermatológico ha servido para expresar un conflicto emocional.
La estrecha relación entre piel y mente es aún si cabe más evidente en casos de acné, alopecia areata, psoriasis o dishidrosis.
Acné
El acné es una enfermedad muy frecuente, que en muchos casos puede empeorar como consecuencia de factores estresantes. Así suele ocurrir, por ejemplo, con el acné tardío, que afecta a mujeres de entre 35 y 45 años y que responde a situaciones de cansancio y estrés.
La tensión nerviosa favorece la liberación de adrenalina y el exceso de esta hormona en la sangre actúa sobre las glándulas sebáceas haciendo que produzcan una mayor cantidad de sebo.
Alopecia areata
Esta dolencia afecta a 2 de cada 100 personas y consiste en la caída de cabello sólo en una parte del cuero cabelludo o de la barba. En su aparición están involucrados factores inmunológicos, hereditarios y psicológicos. Una prueba del papel determinante que tienen estos últimos es, por ejemplo, el hecho de que durante la Segunda Guerra Mundial se observara un incremento del número de casos de alopecia areata durante las semanas previas a la invasión de Europa.
En esta enfermedad, su vinculación con el ámbito emocional se ve subrayada por el hecho de que entre el 60 y el 80% de los casos están asociados también a alguna enfermedad psiquiátrica, principalmente, depresión, ansiedad generalizada y fobia social.
Dishidrosis
Se trata de una afección cutánea poco común que afecta principalmente a mujeres de entre 20 y 50 años y que se caracteriza por la aparición de pequeñas ampollas en las palmas de las manos, plantas de los pies y puntas de los dedos. Hasta hace unas décadas los dermatólogos pensaban erróneamente que el problema era provocado por la retención de sudor.
Sin embargo, y pese a que la medicina no tiene una explicación concreta de cuál es el mecanismo exacto que desencadena la dishidrosis, ahora se sabe que su origen es emocional y que existe una estrecha relación con períodos de ansiedad o frustración.
Psoriasis
También en el caso de la psoriasis son varias las reacciones fisiológicas que evidencian la relación entre la piel y las emociones. Así, se ha comprobado que en situaciones de gran estrés emocional aumenta la liberación de la sustancia P, un neurotransmisor que interviene en los procesos inflamatorios, y que existe una mayor concentración de esta sustancia en las terminaciones nerviosas de aquellas zonas de la piel que presentan placas de psoriasis. Además, en momentos estresantes, las personas con psoriasis muestran una mayor alteración en la frecuencia cardíaca y la presión arterial, así como mayores niveles de adrenalina y noradrenalina que las personas que no padecen esa enfermedad.
De doble sentido
La relación que existe entre la piel y las emociones no es unidireccional, sino bien al contrario: la práctica totalidad de enfermedades dermatológicas que provocan una distorsión de la imagen corporal son susceptibles de producir algún tipo de trastorno psicológico o, en el peor de los casos, incluso una enfermedad psiquiátrica. La ansiedad y la depresión son dos de las consecuencias mentales más habituales.
Si tenemos en cuenta la cada vez mayor importancia que se da en nuestra sociedad al aspecto físico y el cuidado del cuerpo, así como el hecho de que la piel es la parte más extensa del mismo y la más visible, no es de extrañar que enfermedades como el acné, la psoriasis, la alopecia areata o la calvicie, que alteran la imagen corporal de la persona que la padece, provoquen en ésta sentimientos de imperfección, temor a ser rechazada por los demás, vergüenza... Lo que en conjunto acaba minando su seguridad y confianza, y dificultando las relaciones sociales y de pareja, así como las posibilidades laborales.
Todas estas circunstancias constituyen, a su vez, factores que con mucha frecuencia provocan estrés, lo que no hace más que empeorar el problema y contribuir a que éste continúe, iniciándose así un peligroso círculo vicioso.
Aunque nos hemos centrado en la parte negativa de la relación entre piel y cerebro, no podemos olvidar que también existe una vertiente positiva, que hace que nuestro bienestar emocional se plasme en una piel sana, sin problemas y con buen aspecto. No en vano, cuando nos encontramos a gusto con nosotros mismos, y estamos relajados y felices nuestra piel muestra el mejor de los aspectos.
Tratamiento múltiple
Para poder tratar de forma efectiva estas enfermedades dermatológicas, que tienen un importante componente psicológico y emocional, es necesario tener en cuenta varios frentes y plantarles cara de forma simultánea.
Así, junto a un tratamiento que alivie los síntomas y molestias fisiológicas, se ha de seguir también una terapia que ayude al paciente a recuperar su estabilidad mental, ya sea enseñándole a controlar mejor sus estados de ansiedad y nerviosismo, dándole pautas para enfrentarse a los contratiempos o, cuando la raíz del problema tiene que ver con la interacción con los demás, a comunicarse mejor con ellos y establecer una relación más sana e igualitaria.
El problema radica en el recelo que muestran muchos pacientes cuando el dermatólogo, en su intento de ayudarle a superar su trastorno cutáneo, intenta indagar en sus problemas personales o les sugiere someterse a algún tipo de terapia psicológica o, más aún, acudir a un psiquiatra.
Dado que, como hemos dicho, uno de los objetivos es reducir la ansiedad y el estrés, también es posible complementar el tratamiento farmacológico con otras terapias alternativas que faciliten la relajación como es la meditación, la hipnosis, los masajes, la fitoterapia, la acupuntura, el yoga...
Es importante, además, introducir ciertos cambios en nuestros hábitos como practicar ejercicio de forma regular, dormir las suficientes horas, llevar una dieta equilibrada y hacer un hueco en nuestras apretadas agendas para la diversión y el entretenimiento.
Información cedida por Santiveri
María Escalante
La información contenida en este artículo tiene una función meramente informativa. En todos los casos es preferible consultar con su terapeuta, médico, u otro profesional de la salud.
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