El envejecimiento del organismo
humano, y en particular de su cerebro, es hoy un libro abierto en el que el
hombre de ciencia está iniciando su lectura. Es un libro de lectura tan
compleja que, además de todos los posibles códigos escritos en él, tiene incluso
páginas por escribir porque no sólo desconocemos la potencialidad escondida del
genoma para este segmento del arco vital, sino que hasta el propio hombre, con
manipulaciones de ese mismo genoma, bien pudiera participar y escribir algún
día su propio destino biológico. Quizá en todo esto radica la fascinación de
este proceso que es el envejecimiento.
Muy pocos animales en la selva
han disfrutado de esa parte de la vida que llamamos vejez o senectud. Pero
¿cuál es el misterio, el propósito de la Naturaleza, si alguno, en permitir al
ser humano romper la regla y disfrutar de ese otro periodo? ¿Es todo puro azar
o persigue la Naturaleza algún proyecto con ello?
Hasta ahora se ha visto que
el desarrollo del ser humano en su arco
vital bien pudiera dividirse en dos
claras etapas:
El resumen de esta segunda etapa en lo que se refiere al cerebro podría quedar así:
Hoy empezamos a creer, de modo firme, que el ritmo de estos cambios no los produce el propio envejecimiento per se, sino que son producto de un determinado estilo de vida, y que cambiando apropiadamente éste, puede cambiar también la tasa de velocidad del proceso de envejecimiento; esto último a través de la activación de ciertos genes aparentemente “dormidos”.
Y este conocimiento sería el gran logro obtenido por la neurociencia para esta segunda parte del arco vital humano. Y con este conocimiento se podría transformar el envejecimiento de un proceso pasivo a un desarrollo genético activo, como en la primera etapa, pero esta vez gobernado por nuestra inteligencia. Y no se trata de fármacos ni elixires mágicos. Este último programa requiere que en esta segunda etapa, la del envejecimiento, el ser humano cambie la perspectiva de su vida y su significado de modo consciente.
Hemos visto que:
- La primera, la del desarrollo activo que dirigen sus genes en abierto contacto con el mundo.
- La segunda, a partir de los 30 años, la del envejecimiento, sin programa genético aparente y que hasta hace poco se concebía como un desarrollo pasivo y conduncente, de modo inexorable, al deterioro y la muerte.
El resumen de esta segunda etapa en lo que se refiere al cerebro podría quedar así:
- Cambios en el genoma mitocondrial que dan lugar a una alteración en el mismo y su consecuencia en la producción de energía para el organismo;
- Aumento de la producción de sustancias tóxicas, los radicales libres, que dan lugar a un daño en las membranas de las células en general y de las neuronas en particular;
- Atrofia de las neuronas con disminución de su árbol dendrítico y su consecuencia, que es un mal funcionamiento en la transmisión de señales por las mismas;
- Cambios en las otras células nerviosas del cerebro, la glía, en particular los oligodendrocitos y astrocitos;
- Cambios en el sistema neuroendocrino y aumento de las hormonas deletéreas (nefastas) para el cerebro como son los corticoides.
Hoy empezamos a creer, de modo firme, que el ritmo de estos cambios no los produce el propio envejecimiento per se, sino que son producto de un determinado estilo de vida, y que cambiando apropiadamente éste, puede cambiar también la tasa de velocidad del proceso de envejecimiento; esto último a través de la activación de ciertos genes aparentemente “dormidos”.
Y este conocimiento sería el gran logro obtenido por la neurociencia para esta segunda parte del arco vital humano. Y con este conocimiento se podría transformar el envejecimiento de un proceso pasivo a un desarrollo genético activo, como en la primera etapa, pero esta vez gobernado por nuestra inteligencia. Y no se trata de fármacos ni elixires mágicos. Este último programa requiere que en esta segunda etapa, la del envejecimiento, el ser humano cambie la perspectiva de su vida y su significado de modo consciente.
Hemos visto que:
- El ejercicio físico moderado (aeróbico)
- El control de la ingesta de alimentos (cuantitativa y cualitativamente)
- El ejercicio mental (aprender un nuevo idioma y viajar)
- Desterrar ciertos hábitos sociales (tabaco, alcohol, estimulantes)
Pueden suponer varias piezas fundamentales que ayuden de modo considerable a obtener beneficios para aliviar y enlentecer ese proceso de envejecimiento e inclusive prolongar la vida.
Fragmento
extraído del libro:
“Envejecimiento
cerebral: Dogmas y Esperanzas”
FRANCISCO MORA
Editorial Alianza ensayo, 2003